.escenas de una Memoria

Y este es simplemente otro intento desesperado de que un Blog conserve la cordura por al menos un año, y mantenga la cantidad justa de ingredientes como la mesura, el humor, la ficción, la realidad, lo sonoro y lo visual, por medio de lo lírico. Complicado de entender cuando la realidad muchas veces no es lo más ameno; hagamos lo posible por sobrevivir en esta jungla llena de medios de (in)comunicación, y escapemos con una sonrisa, que al fin y al cabo la vida es una sola... A tomársela con soda. Mi mundo ocioso está acá. »

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La Palabra de Una Estrella

jueves, 22 de abril de 2010

Su mente vagaba por otros rumbos, algunos que ni siquiera había conocido. Se sentía entumecido por la propia noche que lo envolvía, espiado por la misma Luna que lo iluminaba, y acechado por las bellas estrellas que decoraban la oscuridad con su brillo. Siempre había encontrado en la noche el amparo que necesitaba; era el camino que lo conducía impetuosamente a la reflexión, y de alguna manera lo hacía aliviarse de sus temores, aunque éstos afloren nuevamente con la llegada del alba, como si fuesen ya parte de su día. Pero a pesar de que (con su extraña forma de concebir la vida), considerase a la noche como su compañera, ésta vez se sentía ya parte de ella.

No sabía percibir qué estaba cambiando en él. Se miró a sí mismo y se vio recostado sobre el césped del patio trasero de su casa, como solía hacer, con las manos apoyadas detrás de su cabeza y la mirada fija en la negrura que lo empapaba. Durante el día había llovido, por lo que podía oler ese aroma a tierra mojada que tanto le fascinaba; inhaló profundamente, dejando que la naturaleza invada cada capilar de su cuerpo, y sintiendo la brisa nocturna sobre su rostro, cerró los ojos, y escuchó…

Escuchó el silencio, la calma que lo rodeaba, y se sintió afortunado de estar disfrutando de ese momento. En su mente, cada minuto equivalía a una hora para él, pero le era suficiente para relajarse y ordenar sus pensamientos, actividad que lo hacía conectarse con lo más profundo de sí mismo. De repente, y como si la tranquilidad de su ensimismamiento hubiera sido corroída, abrió los ojos, y observó detenidamente el cielo, las mil y un estrellas encendidas en el espacio, lejano, infinito, eterno… Resplandecientes y vivaces en la noche. Recorrió su mirada por cada uno de los puntos blancos que pintaban la madrugada, de derecha a izquierda, de arriba abajo, una y otra vez... Como si quisiera encontrar alguna conexión, alguna señal. Por primera vez en su vida sintió comunicarse con las estrellas, que le hablaban, que brillaban por y para él. Entonces, sonrió. Por algún motivo que no pudo comprender, lo invadió la alegría; la sintió desde la punta de los pies, recorriéndolo a través de todo su cuerpo, hasta llegar a su cabeza, a todos sus sentidos. Decidió por fin, emprender el regreso de su patio al interior de la casa, para dar fin a su día, y encontrarse con los sueños dormidos bajo su almohada. Con pereza, se levantó, y con paso vacilante comenzó a caminar. Le costaba desprenderse de la noche, más que nunca, pero finalmente cedió a su deseo de quedarse.

Acostado ya sobre su cama, pero sin poder dormir, contempló la blancura del techo, teñida con la opacidad de la oscuridad. Algo le estaba robando su concentración; se sentía ansioso. Finalmente, y luego de varias vueltas en su cama, se vio vencido por el sueño.

A la mañana siguiente, lo despertó el rayo del sol sobre su cara. Enérgicamente, saltó de su cama y se dirigió a su ventana. A diferencia del día anterior, el cielo presagiaba un día completamente despejado. Sabía que también para su vida, ese día sería importante, o al menos decisivo. También sus cielos se habían despejado la noche anterior, cuando la noche lo envolvió en su magia.

Se vistió (y a pesar de que era sábado), salió de su casa temprano, a encontrarse con la mañana, con la vida que desprendía el cielo, con la luz que irradiaba el Sol. Caminó y caminó, a paso lento, pero decisivo, hasta que llegó a una plaza, verde como la esperanza que lo invadía. Se detuvo en una esquina, y se escabulló detrás de un árbol.

La vio sentada en un banco, escribiendo, como todos los sábados. La contempló como si fuese una pintura en una galería de arte. Caminó hacia ella y se sentó a su lado. Ella lo miró; lo reconoció y, aunque sorprendida, sonrió. Intercambiaron miradas por unos segundos y luego ella le preguntó jocosamente:

- ¿Qué hacés por acá? ¡Qué sorpresa me diste!

- Nada. Simplemente que anoche, una estrella me dijo que estarías aquí.

Y, tímidamente, tomó su mano.

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